Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo

 

En las vacaciones suelo dedicar largos ratos a leer libros que durante el ritmo habitual del año no me es posible. En uno de estos momentos encontré una poesía que me hizo reflexionar. 

Varias veces me he puesto a pensar qué debo cambiar en mi vida, qué cosas procurar abandonar y cuáles alcanzar. Sin embargo, cabe reconocer que no siempre me he formulado las propuestas más adecuadas, y tal vez ni siquiera el diagnóstico o las preguntas acertadas.  

En el libro que te mencionaba se transcribe una poesía. Te la comparto: 

“Para cambiar de vida/ hay que cambiar de Dios.

Hay que cambiar de Dios/ para cambiar la Iglesia.

Para cambiar el Mundo/ hay que cambiar de Dios”.

El autor es el obispo Pedro Casaldáliga, nacido en Barcelona en 1928 y fallecido en Brasil en 2020. Religioso Claretiano y ordenado obispo en 1970, ejerció su ministerio en la Amazonía. Siempre cercano a indígenas y campesinos más pobres.

Me detuve a pensar si en unos cuantos intentos de cambiar mi vida no lo hice desde un punto de partida equivocado, confiando más en mis fuerzas que en las de Jesús Dios. Mirando más lo que me desagrada de mí que aquello que le gusta a Jesús de mí. Centrado en mi proyecto más que en el sueño de Dios. Volvió a resonar en mi corazón una expresión del Beato Carlo Acutis: “Todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias”.

Te dejo algunas preguntas por si te sirven. ¿Por qué el poeta nos propone “cambiar de Dios”, qué imagen nos hacemos de Él? ¿Qué hizo y hace por mí, por el mundo, la historia? ¿Qué hago yo, cómo me involucro? ¿Con Quién hablo cuando rezo? ¿En qué Dios creo, y de qué “dioses” me declaro ateo?

Según la respuesta será mi vínculo con Él, que quiere plantear mi acto de fe como aceptación mutua de un camino de amistad permanente. A partir de aquí se da el modo de asumirme como parte de un pueblo de fe, de una humanidad con vocación a la fraternidad y la amistad social, viviendo en una casa común, regalo de su don creador, lugar de desarrollo y cuidado. Miembros de la Iglesia y ciudadanos del mundo, constructores de comunión y de paz.

Si mi Dios es Jesús, nacido en Belén de la Virgen María, y llamado el Nazareno, lo encuentro en su Palabra, la comunidad cristiana, los sacramentos, los pobres, los enfermos, los que tienen la vida rota. No le interesa que lo bese en una estampita o una imagen de yeso, si le doy vuelta la cara en el pobre hecho a su imagen y semejanza, y por quien dio la vida en la Cruz.

No creo que Dios apruebe exclusiones ni discriminaciones. No creo que Dios haya pensado un mundo en el cual familias y pueblos sean expulsados de su tierra y obligados a migrar. No es justo disfrazar de voluntad de Dios la acumulación de riqueza y poder en pocas manos y la dignidad pisoteada de tantos; ni en el mundo, ni en un barrio o en una familia.

 

Desde hace varios años tengo ganas de realizar los “ejercicios espirituales de San Ignacio” que se desarrollan durante cuatro semanas. Hoy estoy comenzando con esta experiencia anhelada. Hasta el domingo 25 de febrero estaré de Retiro, sin acceso a mails y redes sociales. Cuento con tu oración.