CARTA PASTORAL A LA IGLESIA DE SAN JUAN
Camino Sinodal
Invitación
“Somos un pueblo que camina, anuncia y sirve”
INTRODUCCIÓN
- Orientaciones y lineamientos
El año pasado comenzó a trabajar el equipo promotor del Consejo Pastoral Arquidiocesano. En estos meses hemos elaborado una propuesta de reflexión a desarrollar en todas las comunidades que formamos parte de la Iglesia en San Juan. Pero antes de entrar a describir los pasos a dar, los plazos, la metodología, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones pastorales a modo de orientaciones y lineamientos a tener en cuenta que nos den el marco eclesial en el cual mirarnos y vincularnos. Después de estar viviendo en San Juan desde hace un tiempo, es mi deseo compartirles estas orientaciones que nos alienten a reconocernos como Pueblo de Dios que camina, anuncia y sirve.
Empezar a discernir. Una pastoral orgánica, renovada y vigorosa
Jesús nos encomendó una misión: “vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio (buena noticia) a todos los pueblos” (Mt 28). Este envío no concluye nunca, permanece hasta el fin de los tiempos. Tiene sus modos particulares de desarrollarse según las circunstancias históricas y geográficas, culturales y sociales. En las primeras décadas del cristianismo adquirió formas diversas en Jerusalén, Antioquía, Creta, Atenas, Roma, Corinto, Éfeso… Los Apóstoles no aplicaron un mismo molde en todos lados. Y ante los desafíos e interrogantes nuevos se reunían como comunidad, rezaban, discutían y se dejaban iluminar por el Espíritu Santo. Así nos lo relata el libro de los Hechos de los Apóstoles en su capítulo 15.
Por eso en cada tiempo es importante preguntarnos: ¿Qué nos pide Dios a nosotros en este hoy en particular?.
Tenemos enseñanzas muy claras en el Magisterio de la Iglesia Universal y a nivel Continental. El Concilio Vaticano II, los Papas, las Asambleas de los Obispos de América Latina y El Caribe, orientaciones de la Conferencia Episcopal Argentina. Pero a todas esas enseñanzas tenemos que ver cómo asumirlas e incorporarlas a la vida concreta. Y aquí también el modo será peculiar en cada país, cada diócesis. Francisco nos invita a trabajar en el discernimiento de los desafíos más cercanos a cada comunidad. (EG 108)
Hace más de 50 años la Constitución Pastoral Gaudium et Spes nos llamó a “escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio” (GS 4). Diciéndonos también que “El Pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios”. (GS 11).
Tengamos en cuenta que la responsabilidad de esta tarea es de la comunidad cristiana. No es ocupación exclusiva de los Pastores, ni siquiera de ellos con un grupo reducido. Sino de todos los bautizados, “porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos” (EG 31). Si la misión es confiada por Jesús a todos, discernir el paso de Dios por nuestra realidad también lo es. El camino no queda reducido o acotado a unas técnicas o encuestas. Sino a una mirada creyente. Mirar lo que acontece con ojos de hombres y mujeres de fe. Si lo que buscamos es escuchar el Espíritu, tenemos que ponernos en oración, para pedir al Señor que abra nuestro corazón y así dejemos que su voz resuene en nuestro interior.
Nos enseña el Documento Conclusivo de Aparecida que la Diócesis “debe impulsar y conducir una acción pastoral orgánica renovada y vigorosa, de manera que la variedad de carismas, ministerios, servicios y organizaciones se orienten en un mismo proyecto para comunicar vida en el propio territorio.
Este proyecto, que surge de un camino de variada participación, hace posible la pastoral orgánica, capaz de dar respuesta a los nuevos desafíos” (DA 169). Y continúa el texto afirmando que “un proyecto sólo es eficiente si cada comunidad cristiana, cada parroquia, cada comunidad educativa, cada comunidad de vida consagrada, cada asociación o movimiento y cada pequeña comunidad se insertan activamente en la pastoral orgánica de cada diócesis” (ídem). Es un desafío grande y hermoso a un mismo tiempo, y que requiere generosidad, apertura del corazón, capacidad de asumir juntos la Misión que se nos confía.
Hemos de retomar el ideal de las primeras comunidades cristianas en las cuales los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma (cfr. Hc 4, 32). La Iglesia particular “es el sujeto primario de la evangelización
(…); es la Iglesia encarnada en un espacio determinado, provista por todos los medios de salvación dados por Cristo, pero con un rostro local” (EG 30). Francisco nos exhorta a salir a las periferias y los nuevos ámbitos socioculturales. “En orden a que este impulso misionero sea cada vez más intenso, generoso y fecundo, exhorto también a cada Iglesia particular a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma” (EG 30). Por eso es necesario recordar que “el primer nivel de ejercicio de la sinodalidad se realiza en las Iglesias particulares” (Francisco, 10 de octubre de 2015).
La sinodalidad de la Iglesia
Una pastoral de la escucha y el servicio
La palabra sínodo viene del griego, y significa “hacer el camino juntos”. Y de eso se trata esta dimensión peregrina del Pueblo de Dios, la Iglesia. En este camino es importante dar lugar a la oración. Pedir a Dios que agrande nuestro corazón para escucharlo a Él, a su Palabra. (cfr. EG 174) También estamos llamados a escuchar el clamor de los pobres y el clamor de la tierra (cfr. LS 49).
Como decía el Obispo Angelelli: “con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio”. Escuchar es más que oír (cfr. EG 171). No sólo es dejar que los demás hablen pero sin abrirles el corazón, sino acoger sus pareceres y aportes como ayudas importantes a la comunión. La convocatoria a la participación no debe reducirse a unos pocos. Todos los bautizados somos miembros del mismo cuerpo de Cristo y corresponsables de la misión. “Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones” (EG 120). Si bien algunos están más involucrados en las responsabilidades concretas de las comunidades, o forman parte de los Consejos Pastorales, no debemos perder de vista la totalidad de la familia de los hijos de Dios. Como expresó San Juan Crisóstomo: “Iglesia y Sínodo son sinónimos”.
Al concluir el Gran Jubileo del año 2000 San Juan Pablo II nos impulsó a adentrarnos con confianza en el nuevo milenio creciendo en la espiritualidad de la comunión. “Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades.
Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado (…). Es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un « don para mí », además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente” (NMI 43). Dios habita en el corazón de cada bautizado, y quiere que nos edifiquemos mutuamente siendo discípulos misioneros suyos.
El Papa Francisco pronunció un discurso en la conmemoración del 50 aniversario de la Institución del Sínodo de los Obispos. Allí nos recordó que “Jesús ha constituido la Iglesia poniendo en su cumbre al Colegio apostólico, en el que el apóstol Pedro es la «roca» (cf. Mt16, 18), aquel que debe «confirmar» a los hermanos en la fe (cf. Lc 22, 32). Pero en esta Iglesia, como en una pirámide invertida, la cima se encuentra por debajo de la base. Por eso, quienes ejercen la autoridad se llaman «ministros»: porque, según el significado originario de la palabra, son los más pequeños de todos. Cada Obispo, sirviendo al Pueblo de Dios, llega a ser para la porción de la grey que le ha sido encomendada, vicarius Christi, vicario de Jesús, quien en la Última Cena se inclinó para lavar los pies de los apóstoles (cf. Jn 13, 1-15). Y, en un horizonte semejante, el mismo Sucesor de Pedro es el servus servorum Dei (siervo de los siervos de Dios).
Nunca lo olvidemos. Para los discípulos de Jesús, ayer, hoy y siempre, la única autoridad es la autoridad del servicio, el único poder es el poder de la cruz, según las palabras del Maestro: «ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser primero, que se haga esclavo» (Mt 20,25-27). «Entre ustedes no debe suceder así»: en esta expresión alcanzamos el corazón mismo del misterio de la Iglesia —«entre ustedes no debe suceder así»— y recibimos la luz necesaria para comprender el servicio jerárquico” (17 de octubre de 2015). Nunca debemos dejar que gane lugar en el corazón una mirada mundana de ambiciones de poder, de anhelos por ocupar puestos de relevancia. Cuánto daño causa el protagonismo autorreferencial de esgrimir títulos o enrostrar influencias.
Esto nos da pie para revisar el modo en el que ejercemos la autoridad en la Iglesia. Los obispos siendo servidores de todos, inclinados en gestos de comprensión y conduciendo el rebaño del Señor por amor a Jesús y a su Pueblo, los sacerdotes como colaboradores inmediatos de la corresponsabilidad del anuncio y el cuidado de la comunión para la misión, prestando atención al rebaño con dedicación, de buena gana, con prontitud de ánimo, sirviendo de ejemplo para la comunidad (cfr. I Pe 5, 2 – 3), los diáconos siendo el rostro de Cristo servidor, los consagrados y consagradas mostrando la alegría en la entrega de la vida y haciendo punta en las periferias geográficas y existenciales, todos los agentes pastorales, varones y mujeres, movidos por el servicio a la misión y no por la ambición de escalar puestos, alejados del chisme que destruye la comunión, y la comodidad y apatía que frenan la misión.
La renovación de la Iglesia debe abarcar la Curia del Vaticano, los organismos diocesanos, las comisiones y consejos pastorales de las parroquias, capillas, comunidades educativas, movimientos e instituciones, y a cada uno de nosotros.
Conversión Pastoral
Una pastoral misionera para llegar a todos en todos lados
La palabra conversión implica un cambio de conducta y de mentalidad. Durante este Santo Tiempo de Cuaresma lo venimos rezando y considerando en la oración y la predicación. Habitualmente se ha aplicado este llamado a la dimensión personal, al cambio del propio corazón confrontando la vida con el Evangelio.
Pero ya el Documento de Santo Domingo en 1992 nos enseñó que “La Nueva Evangelización exige la conversión pastoral de la Iglesia. Tal conversión debe ser coherente con el Concilio. Lo toca todo y a todos: en la conciencia y en la praxis personal y comunitaria, en las relaciones de igualdad y de autoridad; con estructuras y dinamismos que hagan presente cada vez con más claridad a la Iglesia, en cuanto signo eficaz, sacramento de salvación universal” (DSD 30). El sujeto que debe convertirse es comunitario, nos involucra a todos. Y abarca todas las actividades que desarrollamos.
En el documento de Aparecida la conversión pastoral se presenta como un cambio de criterios en la mirada acerca de la comunidad cristiana. “La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que ´el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial´ (NMI 12) con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera” (DA 370). No basta con esperar sentados a “que vengan los que quieran”, y encima retarlos porque hace mucho que no participan de la misa. No debemos dejarnos ganar por el conformismo. La Iglesia debe presentarse como madre que sale a la búsqueda para el encuentro y la ternura. La parábola de Jesús acerca del pastor que busca, hasta encontrarla, a la oveja que estaba perdida nos da una enseñanza sobre lo que debemos hacer nosotros (Lc 15).
No es con el reto o el mal trato como logramos ser testigos de la misericordia del Padre. No es con un trato distante y cuestionador como le hacemos sentir a alguien “¡Qué bueno que estés aquí!, ¿en qué te podemos ayudar?” Esto debemos tenerlo presente todos en la Comunidad cristiana, los ministros consagrados, las secretarias y secretarios de las parroquias y las escuelas, catequistas, sacristanes…, estamos para servir con alegría. Lo que escribía Monseñor José Américo Orzali en 1912 a los sacerdotes lo podemos aplicar a todos los agentes pastorales: “No admitiremos que se nos diga: yo espero en Casa el llamado de mis fieles; no salgo de ella, de día y de noche estoy a disposición de mis fieles, atiendo inmediatamente sus pedidos. Este es precisamente un gran defecto”, y alentaba a salir en búsqueda del pueblo. (Auto sobre el Clero y la Administración Parroquial, 14 de setiembre de 1912)
En nuestras comunidades, por medio del bautismo engendramos nuevos hijos para la Iglesia, pero a veces como madre abandónica nos desentendemos de su crecimiento en la fe hasta que “vienen” a solicitar algún servicio o sacramento.
Se trata, según el Documento de Aparecida, de una opción que hay que tomar expresamente, no se la puede dar por entendida y asumida: “Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos, y de cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe”. (DA 365).
La conversión pastoral ubica a la comunidad cristiana de cara a Jesús que nos envía y de cara al mundo (barrio, universidad, ciudad, hospital, cárcel…) al que somos enviados.
Nadie puede decir “a mí no me corresponde” o “yo ya lo hice”. Es un proceso permanente de revisión misionera. No nos es lícito quedar encerrados en el microclima de los salones parroquiales o de la Capilla,quejándonos de que la gente no viene. Estamos llamados a estar entre los vecinos, en los lugares concretos en los cuales se desarrolla la vida cotidiana.
Francisco nos alienta en este camino: “Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están”. (EG 25) Ese es el objetivo que buscamos con estos encuentros a trabajar en estos meses. Por un lado reconocer los aspectos positivos y dar gracias a Dios por su obra, pero también reconocer en qué debemos cambiar para seguir creciendo como Arquidiócesis de San Juan de Cuyo.
El Papa nos ha abierto su corazón: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para l autopreservación.
La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad”. (EG 27).
No debemos tener miedo a las búsquedas y replanteos. Acojamos el impulso que nos da Francisco.
“La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades”. (EG 33)
Miremos el ejemplo de entrega entusiasta y generosa del Siervo de Dios Monseñor José Américo Orzali que convocó Sínodos Diocesanos y realizó varias Visitas Pastorales por todo Cuyo para alentar a las comunidades. Encomendemos este camino a la intercesión del Santo Cura Brochero que se desvivió para hacer llegar el Evangelio a cada rincón de su Parroquia, y a San Juan Bautista, nuestro Patrono, que con audacia preparó los corazones para recibir al Salvador.
María, Madre de la Iglesia, nos cuide con su ternura. San José interceda por nosotros para ser fieles a la Misión que el Buen Pastor nos encomienda.
+ Jorge Eduardo Lozano
Arzobispo de San Juan de Cuyo
19 de marzo de 2018, Solemnidad de San José