Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo (Argentina) y secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM)
Hay palabras que identifican la vida de las personas. La predicación, los gestos y las actitudes del Cardenal Eduardo Francisco Pironio expresan de modo permanente estas dos palabras: alegría y esperanza. Asociadas a ellas aparecen otras muchas: Pascua, Cruz, Espíritu Santo, María, Iglesia, oración, fidelidad… Hoy se cumplen 25 años de su partida a la casa del Padre en Roma y sus restos descansan en el Santuario Nacional de la Virgen de Luján.
Nació el 3 de diciembre de 1920 en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, Argentina, vigésimo segundo hijo de una familia católica que les transmitió la fe. En su juventud sintió la vocación de servir a la Iglesia. Entró en el Seminario de la Arquidiócesis de La Plata, provincia de Buenos Aires, y fue ordenado sacerdote el 5 de diciembre de 1943.
Como sacerdote desarrolló diversos servicios a la Iglesia: Rector del Seminario de Buenos Aires, asesor general de la Acción Católica Argentina. En 1964 fue nombrado obispo auxiliar de La Plata. Luego administrador apostólico de la Diócesis de Avellaneda y obispo diocesano de Mar del Plata en 1972. Fue Secretario General del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) desde 1967 a 1972, y a partir de ese año elegido Presidente del mismo organismo. Fue Secretario en la II Conferencia General del Episcopado de América Latina en Medellín en 1968; su Documento Conclusivo marcó el perfil de la Iglesia en el Continente. Participó también de las Conferencias Generales en Puebla (1979) y en Santo Domingo (1992).
En esos años signados por la violencia en nuestra patria visitaba permanentemente en las cárceles a sacerdotes, religiosos y laicos, por lo cual fue amenazado de muerte en varias ocasiones.
En 1976 el Papa Pablo VI lo llamó a colaborar con él. En ese mismo año fue creado Cardenal Prefecto de la Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares. Sin embargo, amaba ser obispo diocesano. En un testimonio suyo nos abre el corazón en torno a la entrega total de la vida, “dar lo que somos o lo que hubiéramos querido ser y no pudimos. Dar aquella vida que hubiéramos querido llevar. En mi caso concreto yo siempre quise ser cura de campaña… y nunca fui cura, ni párroco. Me hubiera gustado haber continuado como obispo de mi diócesis. Yo tenía una comunidad que me costó mucho dejar. Tanto que pregunté al Papa Pablo VI: «¿Pero usted está seguro de que esta es la voluntad de Dios?, porque me cuesta mucho …». Dar la vida que hubiéramos querido vivir y no pudimos”.
En 1984 Juan Pablo II lo nombró presidente del Pontificio Consejo para Laicos. Al Cardenal Pironio se debe la organización de las Jornadas Mundiales de la Juventud fuera de Roma, siendo la primera en Buenos Aires en 1987. Durante sus tareas en el Vaticano recibía a gente de diversas vocaciones que se acercaban a él en busca de consejos y palabras de aliento. Varias veces acogió a Monseñor Óscar Romero en sus experiencias difíciles en la curia romana, haciéndole sentir su amistad y solidaridad.
La oración constante, la esperanza en la Palabra de Jesús y la devoción de la Virgen María le permitieron aceptar postergaciones y sufrimientos. Cuando viajaba a la Argentina, su presencia, sin publicidad, convocaba a miles de personas y su palabra tenía un efecto sanante en quienes lo oían hablar del amor a Cristo y a la Iglesia.
El año pasado el Papa Francisco reconoció las virtudes heroicas del Siervo de Dios y lo declaró Venerable. Nos unimos espiritualmente a la misa que se celebra hoy en Luján rezando por su pronta beatificación.
Te comparto unos pocos párrafos de sus escritos o predicaciones. Son para meditar.
“Sean testigos de esperanza. No profetas de calamidades. Ciertamente que el momento que vivimos es difícil. Pero está lleno de la presencia del Señor Resucitado y de la potencia transformadora del Espíritu… NO tengamos miedo. No contagiemos pesimismo o desaliento.”
“Una fe profunda, iluminada por los dones del Espíritu Santo, les hará penetrar sabrosamente los misterios de Dios y su Palabra y les hará descubrir la presencia amorosa del Padre en las cosas cambiantes de la historia.”
“Las exigencias urgentes del momento reclaman, de todos los miembros de la Iglesia, generosidad de presencia y de servicio, el gozo de la austeridad y la valentía del testimonio.”
“Nos hace falta a todos vivir en la esperanza (ser «alegres en la esperanza»: Rom 12, 12), respirar en la Iglesia un clima más hondo de esperanza, predicarla a los hombres (sobre todo, a los jóvenes) como modo de ser cristianos y de superar los momentos difíciles. Se nos pide ser verdaderamente los «testigos de la resurrección». Quien ha conocido de veras a Jesucristo no puede vivir «sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef 2, 12).”
“Mientras tanto, la Iglesia que nosotros formamos es la Iglesia del tiempo, la Iglesia imperfecta, la Iglesia pecadora. Es una Iglesia que va haciéndose. Por eso no nos escandalicemos ante sus debilidades y pecados. Somos la Iglesia de la peregrinación. Pero, precisamente porque estamos en camino, tenemos que ir caminando nosotros también. La Iglesia no está hecha del todo y la tenemos que ir haciendo cada día.”
“La alegría no es dispersión, disipación o bullicio. Eso indica el vacío interior y lo produce. Las almas dispersas o agitadas pueden ser divertidas (en el sentido de «apartarse» o «quebrarse»), pero no alegres. La verdadera alegría va siempre precedida del silencio y lo desea.”
Recemos por los frutos del viaje misionero del Papa en África.