Domingo 26 de febrero
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo (Argentina) y secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM)
Las personas solemos tener características peculiares que nos acompañan toda la vida. No obstante, es conveniente decir que no estamos condenados a “ser así”. Lo único que no cambia es el ADN, que tenemos desde el momento de la concepción y permanece inalterado hasta en nuestros restos mortales.
Ante un defecto que lastima a otros —o incluso a uno mismo— no debemos excusarnos tan fácilmente diciendo “yo soy así”, como si nada se pudiera hacer para cambiar. Hay cosas que hacemos más por costumbre que por opción. La rutina, la mera repetición de una conducta o el rol que nos asignan en un grupo pueden terminar por condicionarnos.
En el camino de la vida nos puede suceder con los vínculos interpersonales o en el plano de la fe. Por eso nos hace bien de vez en cuando cambiar la mirada, ponernos desde otra perspectiva. El tiempo de Cuaresma es un fuerte llamado de atención para despabilarnos, y vencer el costumbrismo y la apatía.
Hoy leemos en el Evangelio de las misas que, guiado por el Espíritu, Jesús fue llevado al desierto 40 días (Mt 4, 1-11). Él vence la tentación y en Él también nosotros. Su victoria es la nuestra.
Jesús nos deja ver la fragilidad de su condición humana. Nos acercamos a Él para ser fortalecidos y sostenidos en las luchas que nos toca enfrentar.
Estamos llamados a realizar tres movimientos simultáneos. Por un lado hacer foco en mi propia debilidad, las tentaciones con las que lucho y especialmente aquellas en las que habitualmente soy derrotado. No somos campeones de lucha contra el mal, sino que es común experimentar la derrota.
El segundo movimiento es mirar a Dios, renovar la confianza en su misericordia. Preguntarnos cuál es su proyecto para mi vida, cómo me sueña desde toda la eternidad. Y decididamente confiar en su gracia. En la Cuaresma tener los ojos puestos en Jesús.
El tercer movimiento es ponerme a caminar hacia ese ideal que Dios me propone nuevamente, sabiendo que Él es fiel y que, aunque yo caiga una, cinco o mil veces, su amor permanece para siempre. La conversión implica salir de uno mismo a buscar un encuentro. No es cuestión de voluntarismo en el cual yo soy el centro; es empeñarse con todo el corazón confiando en la gracia del Padre Misericordioso.
Te menciono tres tentaciones comunes, personales y comunitarias, de las cuales debemos cuidarnos en este tiempo.
El escepticismo que, ante cualquier propuesta de cambio, lo primero que dice es “no va a funcionar”, o “ya lo intenté varias veces y sin conseguir resultados”. “Siempre soy así.” Y esta es una tentación también comunitaria que no nos permite renovar actitudes y opciones en la Iglesia. En el camino sinodal impide la confianza y boicotea las decisiones que se toman. Es la cobardía del que no arriesga, del que para empezar la lucha quiere la garantía del éxito.
El egoísmo que me encierra sin mirar a los demás. Se expresa demasiado frecuentemente “con mi vida hago lo que quiero”, o “es mi plata y la gasto como me parece”. Todo gira en torno a mí o no existe. Con esta actitud no es posible la comunidad.
La hipocresía que nos lleva a actuar y sobreactuar la fe. Nos preocupa más la imagen o el qué dirán por encima de la coherencia de vida y la verdad sobre mi existencia. Es una actitud que nos carga de esterilidad sin dar fruto. En el camino sinodal asume un cambio de maquillaje, pero todo sigue igual.
Arrancamos la cuaresma. Nos ponemos en camino 40 días hasta la Semana Santa. No dejemos para después lo que podemos empezar ahora.
El Papa Francisco nos entregó un hermoso Mensaje para la Cuaresma de este año. Te comparto un par de pasajes.
“En el ‘retiro’ en el monte Tabor, Jesús llevó consigo a tres discípulos, elegidos para ser testigos de un acontecimiento único. Quiso que esa experiencia de gracia no fuera solitaria, sino compartida, como lo es, al fin y al cabo, toda nuestra vida de fe. A Jesús hemos de seguirlo juntos. Y juntos, como Iglesia peregrina en el tiempo, vivimos el año litúrgico y, en él, la Cuaresma, caminando con los que el Señor ha puesto a nuestro lado como compañeros de viaje. Análogamente al ascenso de Jesús y sus discípulos al monte Tabor, podemos afirmar que nuestro camino cuaresmal es ‘sinodal’, porque lo hacemos juntos por la misma senda, discípulos del único Maestro.”
“La novedad de Cristo es el cumplimiento de la antigua Alianza y de las promesas; es inseparable de la historia de Dios con su pueblo y revela su sentido profundo. De manera similar, el camino sinodal está arraigado en la tradición de la Iglesia y, al mismo tiempo, abierto a la novedad. La tradición es fuente de inspiración para buscar nuevos caminos, evitando las tentaciones opuestas del inmovilismo y de la experimentación improvisada.”
El viernes 24 de febrero se cumplió un año de la invasión de Rusia a Ucrania. El pasado miércoles el Papa expresó: “Un año del inicio de esta absurda y cruel guerra, un triste aniversario. El número de muertos, heridos, refugiados, aislados, destrucción, daños económicos y sociales hablan por sí solos. ¿Puede el Señor perdonar tantos crímenes y tanta violencia? Él es el Dios de la paz”. Y pidió: “Hago un llamamiento a los que tienen autoridad sobre las naciones para que se comprometan concretamente con el conflicto, para llegar a un alto el fuego y para iniciar negociaciones de paz”.
Recemos para que cese el horror de la guerra y haya caminos de diálogo para la justicia y la paz.