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Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo

 

¿Alguna vez perdiste la confianza en alguien? Cuando sucede es una experiencia muy dolorosa. Especialmente si se trata de personas amigas o referentes importantes. La confianza se asienta en la experiencia atesorada en la memoria y en la expectativa que se abre al futuro. Implica poner en manos de otro el cuidado de algo valioso. Confiamos en un médico ante una intervención de riesgo, en el consejo de un amigo para ver una película, en la elección de un colegio para los hijos, etc.

El domingo pasado el Papa nos regaló una nueva Exhortación Apostólica, titulada “Es la confianza”, sobre la confianza en el Amor misericordioso de Dios. Francisco quiere poner ante nuestra mirada el hermoso tesoro espiritual de Santa Teresita del Niño Jesús, al cumplirse 150 años de su nacimiento, y 100 de su beatificación. Comienza esta Exhortación citando a la Santa Carmelita «La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor» (1), Amor con mayúscula. 

El texto se articula en cuatro capítulos: Jesús para los demás; El caminito de la confianza y del amor; Seré el amor; En el corazón del Evangelio. Nos presenta la experiencia y doctrina de una mujer consagrada que murió a los 24 años de edad, declarada por el Papa Pío XI patrona de las Misiones en 1927.

   

El primer capítulo nos refiere la vida mística de la santa. Nos dice que «el Nombre de Jesús es continuamente “respirado” por Teresa como acto de amor, hasta el último aliento» (8). A su vez, «como sucede en todo encuentro auténtico con Cristo, esta experiencia de fe la convocaba a la misión. Teresita pudo definir su misión con estas palabras: “En el cielo desearé lo mismo que deseo ahora en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar”» (9).

Su inquebrantable impulso misionero enseña «su modo de entender la evangelización por atracción, no por presión o proselitismo. Vale la pena leer cómo lo sintetiza ella misma: “Al atraerme a mí, atrae también a las almas que amo…» (9), (…) dejándose guiar por la acción del Espíritu Santo: «Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan íntimamente a Él que sea Él quien viva y quien actúe en mí» (12). En ella palpamos con certeza que uno busca con fervor lo que desea ardientemente. 

En el segundo capítulo Francisco hace presente el valor de “El camino de la infancia espiritual” (14) propuesto por Santa Teresita, que expresa su plena confianza en la misericordia de Cristo: «Teresita relató el descubrimiento del caminito en la Historia de un alma: “A pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Agrandarme es imposible; tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo”» (15).

 

Cuando solo no puedo, pido auxilio a quien confío puede ayudarme, a quien entiende más y mejor lo que sucede. El secreto está en abandonarse con espíritu de niño. Ocurre con frecuencia que después de haber probado todo, elegimos cuidadosamente lo último, lo que no falla. Si necesitamos atar un paquete usamos el hilo que tenemos a mano; pero si se trata de asegurar un paracaídas, no confiamos en cualquier soga, buscamos la mejor.

Francisco nos comparte que en aquel tiempo «frente a una idea pelagiana de santidad, individualista y elitista, más ascética que mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano, Teresita subraya siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia» (17), por ello «prefiere destacar el primado de la acción divina e invitar a la confianza plena mirando el amor de Cristo que se nos ha dado hasta el fin» (19).

«Por consiguiente, la actitud más adecuada es depositar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos: en la infinita misericordia de un Dios que ama sin límites y que lo ha dado todo en la Cruz de Jesucristo» (20).

Esta “confianza” «tiene un sentido integral, que abraza la totalidad de la existencia concreta y se aplica a nuestra vida entera, donde muchas veces nos abruman los temores, el deseo de seguridades humanas, la necesidad de tener todo bajo nuestro control» (23).

De las otras dos partes del texto te comento la semana que viene. Mientras tanto, te invito a buscar esta Exhortación Apostólica en internet y saborearla por tu cuenta. Recemos por esta última semana de sesiones del Sínodo en Roma, y por la paz en el mundo. 

Pidamos también para que esta jornada democrática transcurra con el deseo de compromiso en la construcción del bien común.