Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo

 

Nosotros sabemos que Dios se comunica de muchas maneras. Así, por medio de la belleza y majestad de la creación nos expresa su poder y cercanía. Del mismo modo que a un artista lo conocemos por sus obras, a Dios lo empezamos a percibir por medio del universo, fruto de un proyecto de su amor. Como le rezamos en una de las oraciones de la misa, reconocemos que “sobre todo has dejado una huella de tu gloria en el hombre, creado a tu imagen”.

A lo largo de la historia de Israel Dios habló por medio de los Patriarcas, especialmente por medio de Moisés y los Profetas. Y “ahora, en el tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo” (Hb 1, 2).

En la Navidad leímos del Evangelio de San Juan “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Una vez más expresión de cercanía y afecto.

Dios nos busca para encontrarnos. Él dialoga con nosotros como amigo. La Constitución Dogmática “Dei Verbum”, acerca de la Divina Revelación, con belleza enseña: “Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (Concilio Vaticano II, Dei Verbum 2).

La Biblia, entonces, no es solamente un libro. Nos comunica una Palabra que busca entrar en diálogo con mi vida, iluminarla, despertarla. Nos muestra el camino para que tengamos vida en abundancia. Nos inquieta y estimula a ponernos en marcha para superar el conformismo y la mediocridad. “Es viva y eficaz, más cortante que espada de doble filo; (…) y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón.” (Hb 4, 12)

Si tan grande es el don que Dios nos hace, todos los creyentes somos responsables de conocer la Sagrada Escritura y transmitirla de una generación a otra. No es un libro entre otros para juntar tierra en una biblioteca. Debe estar a mano para acceder cotidianamente a su encuentro.

Un gran santo tuvo una expresión muy fuerte y que conmueve: “Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo” (San Jerónimo). Murió en Belén el año 420. El Papa Dámaso I le encargó traducir toda la Biblia del hebreo y el griego al latín, para que fuera más accesible a todos los fieles.

El mismo Cristo es la Palabra de Dios encarnada, es el cumplimiento pleno de las promesas de Dios.

No sé si prestaste atención a un par de gestos que se realizan durante la celebración de la misa. Al inicio, el obispo, el sacerdote y el diácono besan el altar. Al terminar de proclamar el Evangelio se repite el mismo gesto con el Libro de la Palabra. Es una manera de expresar la fe en que Dios nos alimenta en dos Mesas, la de la Palabra y la de la Eucaristía, ambas necesarias para sostenernos en nuestra peregrinación en la fe. Cristo mismo nos nutre con el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía.

Este Domingo en todo el mundo nos dedicamos a resaltar el lugar que la Palabra de Dios tiene en cada creyente y en la vida de la Iglesia. El lema elegido por el Papa Francisco para este año está tomado del Evangelio de San Juan: “Permanezcan en mi Palabra” (Jn 8, 31). Es la invitación de Jesús para ser verdaderamente sus discípulos.

En el Evangelio que se proclama este domingo, Jesús predica anunciando la cercanía del Reino (Mc 1, 14-20) en Galilea, en ese tiempo considerada como la periferia. Y allí llama a sus discípulos cuya respuesta es inmediata.

Pidamos acoger en nuestra vida la Palabra de Dios en la Biblia y en los otros caminos por medio de los cuales nos sigue comunicando su amor, llamándonos a ser parte en el Reino que nos anuncia.

Recemos por quienes somos servidores de la Palabra, los que desempeñamos diversos ministerios, quienes son catequistas, para que anunciemos con transparencia el mensaje que se nos confía. Dios quiere llegar a todos los corazones; no lo encerremos en los Templos.

 

El Domingo pasado el gobierno de Nicaragua liberó y deportó al Vaticano a dos obispos (uno preso hace más de un año; y el otro, desde diciembre), quince sacerdotes y dos seminaristas (los diecisiete también presos). Una injusta expulsión encubierta. Recemos por la Iglesia en este país, y por todos los que sufren la opresión y persecución.